Así eran los porteños
El 15 de junio de 1949, Julio Sosa (Julio María Sosa Venturini 1926-1964) llegó a Buenos Aires. Venia para intentar una carrera como cantante, comenzada de botija en Las Piedras, su pueblo natal, y que estaba avanzando promisoriamente en Montevideo; no obstante, cruzar el Rio de La Plata era lo que más ambicionaba y allí estaba, en el puerto, con su valija y algo de plata que le habían juntado sus amigos.
Traía
una dirección anotada, y al amparo de la recova de Leandro N. Alem tomo un
taxímetro. Los choferes porteños suelen ser locuaces; no deberá parecer
extraño, por ello, que Sosa estuviera a los pocos minutos de viaje contándole
su vida a un desconocido.
Al
enterarse de que el joven era uruguayo, que venía por primera vez a la,
Argentina y que quería ser cantor, el taxista sintió aquel entusiasmo como si
fuera, propio. Quizás recordando viejos anhelos. Mientras paseaban, conversaban
de todo. El taxista le estaba haciendo conocer la ciudad.
Cuando
llegaron a destino, no le quiso cobrar. Se fue tan anónimamente como había
venido, como un sueño porteño, como una hermandad oriental.
Muchos
después, cuando sosa ya era de su época el exponente más grande del tango
cantado, convoco por televisión, en un reportaje, a aquel taxista. Jamás
apareció.
Quién
sabe si aquel porteño no era, en realidad, todos los porteños.
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